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Ella

Se marcharon los que fueron la alegría y el calor de aquella casa.

Se marcharon silenciosos…

unos muertos… otros, vivos, que llevaban ¡desdichados! muerta el alma.

Se marcharon, para siempre, de la casa.

— Las Acacias, Vicente Medina Tomás, 1898.

Ella


Ella siempre está conmigo.
En los momentos de gozo, donde quizás no deba aparecer,
ella habita la espera de mi encuentro,
pues sabe muy bien que pertenezco a sus brazos.
Sosegada me ve reír y entiende que es su hora,
sin afán ni protagonismo llega; la siento como un espasmo en mi corazón.
El momento de gozo se traslada a la intimidad,
a la conversación del yo y el mí-mismo,
me la quedo para mí.
En tiempo de lucha vivo en su presencia,
ya desearía Atenea tener tal precisión para su Ulises.
Sin duda es una diosa: su inmarsecible paciencia la ata a mi existencia,
ella tierna, ella dominante, ella constante, ella sutil. Siempre a mi lado.
Así es como ella, La Culpa, me posee, y yo la poseo.
No sé cuándo llegó a mi vida, pero sí sé cuándo se irá.
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